Sepia

Un joven con una mirada sin brillo, parecía trizte, y desconocia la razón. Entraba en un cuarto frio, pintado de un color amarillo claro, enfermizo. En una pared llena de fotografías, una de ellas llamó su atención descuidadamente. Era un señor mayor, cerca a los 50s, en un pequeño marco de madera. Al acercarse al retrato, pudo apreciar ese tono sepia característica de las fotografías años atrás, notó como aquel personaje vestía un traje muy elegante de estilo peculiar “de los mejores de su época”, pensó. Aquél viejo lo miraba con total indiferencia, pareciera que sin saber la razón por la cuál se encontraba aquél día sentado en ese lugar, posando para esa foto.

Seguramente en aquel momento el viejo no penso que algún día, pasado los años, mientras sus restos yacían bajo la tierra, un sangre de su sangre estaría contemplando su porte y, detestando su mirada, una mirada vacía que no decía absolutamente nada más que falta de interés a sus propias acciones. El viejo ignoraba que ese hombre frente a su rostro en papel, al compararse con él se daría cuenta de que venía igualmente bien vestido, con un magnífico porte, y que tampoco sabía porque exactamente estaba ahí ni en ningún otro lado, y que además, al ver su reflejo sobre el cristal de aquél viejo retrato, vió la misma mirada e indiferencia.

Hace años aquel vijo nunca se imagino que su personalidad o falta de ella, captada por esa cámara provocaría una chispa de duda y crearía un impulso de saber, así como sed de cambio, y el firme propósito de crear un retrato distinto.